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Pero en especial, había uno que directamente era cómplice de los abusos y participaba: Juan Barros, recientemente designado por el Papa Francisco como obispo de Osorno, Chile: “Y ahora nombra obispo a la escoria de la Conferencia Episcopal chilena. Este hombre estaba parado al lado nuestro cuando Karadima nos abusaba. El sacerdote Barros se besaba y se tocaba con Karadima. Es francamente un hecho increíble, como una historia de terror”.
Juan Carlos Cruz Chellew, se ha convertido en la voz de miles de víctimas de abuso sexual de sacerdotes. Su vida dio un vuelco dramático cuando decidió romper el silencio para contar su verdad, que es similar a la de miles de víctimas de curas pederastas.
Todo empezó cuando su padre murió y buscó refugio espiritual en la Iglesia. Tenía 15 años y llegó a la Acción Católica Juvenil de la parroquia del Sagrado Corazón en el Bosque de la Comuna de Providencia, barrio de la clase alta chilena con el sacerdote Fernando Karadima Fariña, conocido como El Marcial Maciel chileno.
“El Señor te ha traído a mí y yo de ahora en adelante voy a ser tu papá, tu confesor y tu director espiritual”, dijo Karadima a Juan Carlos, mientras veía como el cura abusador de cientos de menores, daba “golpecitos” en los genitales a otros chicos.
El ataque de este depredador aún impune, sucedió de forma inmediata. Mientras se confesaba le dijo: “Pon la cabeza en mi pecho’. Luego lo acarició y añadió: “Saca la lengüita”.
Entrevistado, Juan Carlos Cruz Chellew lo recuerda aún indignado. Ese día inició una larga pesadilla porque se percató que no sólo era el único abusado, sino que había cientos.
El cura Karadima abusaba de niños frente a otros sacerdotes. Había cuatro voyeristassacerdotes a sus órdenes, que después fueron premiados convirtiéndoles en obispos, que presenciaban los abusos: Horacio Valenzuela, obispo de Talca; Juan Barros, obispo castrense; Andrés Arteaga, obispo auxiliar de Santiago, y Tomislav Koljatic, obispo de Linares.
Pero en especial, había uno que directamente era cómplice de los abusos y participaba: Juan Barros, recientemente designado por el Papa Francisco como obispo de Osorno, Chile: “Y ahora nombra obispo a la escoria de la Conferencia Episcopal chilena. Este hombre estaba parado al lado nuestro cuando Karadima nos abusaba. El sacerdote Barros se besaba y se tocaba con Karadima. Es francamente un hecho increíble, como una historia de terror”.
Añade: “Yo veía al padre Fernando Karadima y a Juan Barros besarse y tocarse mutuamente. Generalmente, más de parte del padre Karadima venían los toqueteos en los genitales por encima del pantalón de Juan Barros, al igual que hacía con el hoy también obispo Koljatic. En el caso de Juan Barros, éste jugaba a una especie de celos entre sus más cercanos y se turnaban por sentarse al lado de Karadima, estar solos con él en su cuarto y desplazar a otros. Como yo era bastante menor, veía esto entre horrorizado y a la vez paralizado, ya que yo estaba viviendo mi parte del abuso de Karadima, lo que ya fue comprobado en los juicios canónico y penal”.
En 1987, Juan Carlos decidió abandonar la parroquia y a partir de entonces empezó un proceso psicológico para tomar la decisión hace unos años de denunciar penalmente y por la ley canónica al sacerdote Karadima. Un hecho que estremeció a la jerarquía católica chilena.
Juan Carlos no puede olvidar los deleznables actos cometidos por el sacerdote Barros, ahora premiado: “Juan Barros se sentaba en la mesa al lado de Karadima y le ponía la cabeza en el hombro para que lo acariciase. Disimuladamente le daba besos. Más difícil y fuerte era cuando estábamos en la habitación de Karadima y Juan Barros, si no se estaba besando con Karadima, veía cuando a alguno de nosotros, los menores, éramos tocados por Karadima y nos hacía darle besos diciéndome: ‘Pon tu boca cerca de la mía y saca tu lengua’. Él sacaba la suya y nos besaba con su lengua. Juan Barros era testigo de todo esto y lo fue incontables veces, no solo conmigo sino con otros también”.
Karadima y Barros hacían juicios a los chicos que abusaban para mantenerlos sometidos psicólogicamente con las llamadas “correcciones fraternas”. Y los amenazaban con hacer público secretos de confesión. Los chicos abusados eran sentados delante de 10 personas para ser enjuiciados, algo que aterrorizaba a los menores: “Éramos atormentados. Conozco gente que se suicidó, gente que todavía no es capaz de contar los abusos y vive en la angustia. Era un hombre absolutamente monstruoso, impredecible, que nos tenía controlados porque sabía cómo hacernosreaccionar en horror y utilizaba los secretos de confesión para torturarnos”.
Y recuerda: “El 25 de Octubre de 1987, Karadima llamó a una ‘corrección fraterna’ contra mí. Un eufemismo para un verdadero juicio. Participaron Karadima, presidiéndolo, y doce personas más, entre ellos Juan Barros, como testifiqué y quedó constancia y fue comprobado como verdadero en los juicios penal y canónico. Todos sentados alrededor de una mesa y yo en una silla un poco alejado de la mesa, como un tribunal de la inquisición. Karadima me amenazó con contar cosas que solo él sabía bajo secreto de confesión si yo no ‘mejoraba’ y le hacía más caso y obedecía en todo. Yo miraba con desesperación a los que creía eran mis amigos, pero me ignoraban, es más, le echaban más leña al fuego con acusaciones que enfurecían a Karadima, como que yo era amigo de otros sacerdotes que no eran de El Bosque y que me confesaba con ellos, algo que hoy suena ridículo, pero que a mí en ese momento me destrozaban. Una vez terminado ‘el juicio’, Juan Barros y otros se me acercaron para decirme que hiciese caso y que me iría bien”.
Barros no solo presenciaba los abusos sexuales cometidos por Karadima, sino que finalmente faltó a una de las principales normas de la Iglesia: “Violaron el secreto de confesión. Karadima y Barros escribieron una carta al Cardenal y al rector del seminario para que me echasen por homosexual”.
Con dolor, recuerda: “Solamente Karadima sabía, en secreto de confesión, mis angustias con ese tema y los detalles de situaciones de las que yo había sufrido mucho, hecho penitencia y de las que estaba tremendamente arrepentido. Nada tan tremendo, diría alguien hoy, pero en esos días yo me habría suicidado si se llegaba a saber. Juan Barros ‘misteriosamente’ se enteró de esos secretos y además le agregaron de su propia cosecha, lo que plasmó en una carta escrita a mano en tinta negra que le mostró al cardenal Fresno y luego llevaron al Seminario. Algo que sólo Karadima sabía en secreto de confesión y que llegó a Juan Barros, que lo trató de usar para mi destrucción”.
Un día después, Juan Carlos decidió romper el silencio y denunciar al sacerdote Karadima que fue inmediatamente protegido por el actual cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa y Ricardo Ezzati Andrello, obispo de Santiago de Chile y cardenal.
Emocionado añade: “Siento un dolor tan grande porque yo sigo siendo católico, voy a misa todos los domingos, no puedo dejar que me quiten mi fe. Mi relación con Dios es personal. No voy a dejar que estos hombres malos me quiten eso”.
QUEREMOS JUSTICIA
Finalmente, la jerarquía católica chilena intentó destrozarle la vida a Juan Carlos Cruz Chellew.
Como periodista en Chile fue perseguido, hasta que decidió exiliarse en Estados Unidos donde actualmente es un alto ejecutivo de una multinacional que lo apoyo en su lucha contra la impunidad en la Iglesia: “Esto se ha convertido en la lucha de mi vida. En la compañía que trabajo estoy a cargo de 130 países de comunicaciones globales y me apoyan cien por ciento, me dan tiempo a viajar para dar conferencias y presentaciones donde doy testimonio de lo que viví”.
Hace unos días, entregó una carta a monseñor Ivo Scapolo, Nuncio Apostólico de El Vaticano en Chile, para contarle todo esto y pedirle que reconsiderara el nombramiento de obispo de Osorno al sacerdote Barros, pero la respuesta del nuncio lo dejó helado.
“Respondió con una arrogancia y una prepotencia tremendas. Me llamó su secretaria para decirme que no hablará más de Barros y que no habrá más comunicación. Yo le dije, dígale al Nuncio que me impacta su falta de caridad, él fue nombrado para ocuparse de los que más sufren. Y por Dios que se ha olvidado de su compromiso. Me quedé muy triste”.
Sin embargo, a pesar de la tristeza y la depresión que genera la impunidad y el desprecio de la Iglesia, Juan Carlos sigue: “Siento que por haber sido los primeros que denunciamos este caso tan connotado en Latinoamerica, hemos sido como punta de lanza. Uno tiene que vivir con esto. Mucha gente me escribe para darme las gracias por esto y me cuenta que se quieren suicidar y que no le han contado a sus esposas que fueron abusados por Karadima y otros me cuentan casos terroríficos de abusos sexuales de sacerdotes, entonces yo no me puedo quedar callado y no puedo dejar de luchar por toda esa gente que sufre y esperan que sea su voz. Con toda humildad, estoy orgulloso de hacerlo”.
Al presentar su libro El fin de la inocencia en Santiago de Chile, pidió a sus sobrinos que subieran al estrado y dijo: “Por ellos, por los niños, cuento mi historia para que nunca ellos tengan que vivir lo que estamos viviendo nosotros”.
Ahora que ha llegado a México, cuenta que su intención es hacer un grupo latinoamericano de víctimas de abusos sexuales de sacerdotes: “Tenemos una historia en común. Esto no tiene nacionalidad.”
Sanjuan Martínez – SinEmbargo, México
Tomado de reflexionyliberacion.cl
febrero de 2015
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