miércoles, 25 de mayo de 2016

Catequesis del Papa Francisco sobre la "Oración".

VATICANO, 25 May. 16 / 04:22 am (ACI).- La catequesis del Papa Francisco de esta semana trató sobre la parábola del juez inicuo y la viuda inoportuna que con su insistencia consigue su propósito.

El Santo Padre utilizó este relato para hablar de la oración a Dios y reconoció que “todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz”.

“Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica! ¡No es una varita mágica!”.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La parábola evangélica que apenas hemos escuchado (Cfr. Lc 18, 1-8) contiene una enseñanza importante: «que es necesario orar siempre sin desanimarse» (v. 1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.

El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica exhortaba que los jueces sean personas timoratas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex 18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez «no temía a Dios ni le importaban los hombres» (V. 2).

Era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacia lo que quería, según sus intereses. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, ahí, sola, nadie la defiende, podían ignorarla, incluso no hacerle justicia; así también el huérfano, así el extranjero, el migrante. 

¡Lo mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente a fastidiarlo presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en cierto momento la compensa, no porque es movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone; simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).

De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente» (vv. 7-8).

Por esto Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una barita mágica! ¡No es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo. 

La Carta a los Hebreos recuerda que – así dice – «Él dirigió durante su vida terreno súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través de la misma muerte! 

La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración esta empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: «Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). El objeto de la oración a un segundo plano; lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.

La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir de la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!

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Yo también ato la influencia de cualquier alma perdida o caída que pueda estar presente y todos los emisarios de los cuarteles satánicos o cualquier asamblea de brujos o hechiceros o adoradores de satanás que puedan estar presente en algún modo preternatural. ­ Yo clamo a la sangre de Jesús en el aire, atmósfera, agua, fuego, viento, la tierra y todos sus frutos, y debajo de la tierra. En el nombre de Jesucristo yo le prohíbo a todos los adversarios mencionados que se comunique o ayuden unos a otros de cualquier modo, o que se comuniquen conmigo, o que hagan cualquier cosa excepto que yo les mando en el nombre de Jesús. En el nombre de Jesucristo yo sello este lugar y a todos los presentes y a todos los familiares, amigos y conocidos de los presentes, y también sus lugares, posesiones y fuentes de aprovisionamiento en la sangre de Jesús. (Repetir tres veces) En el nombre de Jesucristo yo le prohíbo a cualquier espíritu perdido, asamblea de brujos, grupos, satánicos, o emisarios o cualquiera de sus colaboradores que me hagan daño o que tomen venganza sobre mí; mi familia y mis conocidos o causen daños a cualquier cosa que nosotros tenemos. En el nombre de Jesucristo y por los méritos de su preciosísima sangre, yo rompo y disuelvo cualquier maleficio, hechizo, encantamiento, ardid, brujería, atadura, trampa, engaño, mentira, tropiezo, obstáculo, decepción, desvío, o distracción, cadena espiritual o influencia espiritual, también toda enfermedad del cuerpo del alma, mente o espíritu puesta sobre nosotros o sobre este lugar,. o sobre cualquiera de las personas, lugares o cosas mencionadas por cualquier agente o atraída sobre nosotros por nuestros propios errores o pecados. (repetir tres veces) Yo ahora coloco la cruz de Jesucristo entre mi y todas las generaciones en mi árbol genealógico. Yo declaro en el nombre de Jesucristo que no va a haber comunicación directa entre las generaciones. Toda comunicación será filtrada por medio de. la preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. María inmaculada cúbreme en la luz, poder y fuerza de tu fe. Padre, por favor envía los ángeles y santos para que me asistan. Gracias, Señor Jesús, por ser mi sabiduría, mi justicia, mi santificación, mi redención. Yo me rindo al ministerio de tu Espíritu Santo, y recibo tu verdad en cuanto a la sanación intergeneracional. . Gloria, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, por los siglos de los siglos, Amen. ORACIÓN DE LIBERACIÓN (Monseñor Morales) Señor nuestro Jesucristo te adoro, te alabo, te bendigo, gracias por tu infinito amor por el que te has hecho uno de nosotros naciendo de la Virgen María y por el que subiste a la Cruz para dar tu vida por nosotros. Gracias por tu sangre preciosísima con que nos has redimido. Con tu sangre preciosísima brotada de tus sacratísimas sienes traspasadas por espinas: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de tu hombro y espalda llagados por la Cruz a cuestas: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de tu costado abierto por la lanza: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de tus pies y de tus manos traspasados por los clavos: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de todo tu cuerpo llagado por los azotes: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Tres veces Gloria Amén, Amén, Amén. PLEGARIA DE LIBERACIÓN Oh, Señor, tú eres grande, tú eres Dios, tú eres Padre, nosotros te rogamos, por la intercesión y con la ayuda de los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, que nuestros hermanos y hermanas sean liberados del maligno que los ha esclavizado. Oh, santos, venid todos en nuestra ayuda. De la angustia, la tristeza y las obsesiones, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. Del odio, la fornicación y la envidia, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De los pensamientos de celos, de rabia y de muerte, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De todo pensamiento de suicidio y de aborto, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De toda forma de desorden en la sexualidad , nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De la división de la familia, de toda amistad mala: Líbranos, oh Señor. De toda forma de maleficio, de hechizo, de brujería y de cualquier mal oculto, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. Oh, Señor, que dijiste “la paz os dejo, mi paz os doy”, por la intercesión de la Virgen María concédenos ser librados de toda maldición y gozar siempre de tu paz. Por Cristo Nuestro Señor. ¡Amén!