Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Comentario del Evangelio por San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón sobre san Juan, 24, 1.6.7; CCL 36, 244
“La gente entonces, al ver el signo que había hecho Jesús, decía: ‘Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo"
Gobernar el universo es, verdaderamente, un milagro más grande que saciar el hambre a cinco mil hombres con cinco panes. Y nadie se sorprende de ello, y en cambio la gente se extasía ante un milagro de menor importancia porque sale de lo ordinario. En efecto ¿quién es capaz de mantener todavía hoy el universo sino aquel que con algunos granos creó las cosechas? Cristo, pues, hizo lo que Dios hace. Sirviéndose de su poder de multiplicar las cosechas a partir de unos pocos granos, multiplicó cinco panes en sus manos. Porque el poder se encontraba en las manos de Cristo, y estos cinco panes eran como semillas que el Creador de la tierra multiplicaba sin ni tan sólo confiarlos a la tierra.
Esta obra fue puesta ante nuestros sentidos para hacernos elevar nuestro espíritu…Así nos es posible admirar “al Dios invisible al considerar sus obras visibles” (Rm 1,20). Después de habernos desvelado la fe y purificados por ella, podemos incluso desear ver, no con los ojos del cuerpo, al Ser invisible que conocemos a partir de las cosas visibles… En efecto, Jesús, hizo este milagro para que lo vieran los que se encontraban allí, y lo pusieron por escrito para que nosotros lo conozcamos. El efecto que en ellos hizo la vista, en nosotros lo hace la fe. También nosotros reconocemos en nuestra alma eso que los ojos no han visto, y recibimos el más bello elogio, puesto que es de nosotros que se ha dicho: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29).
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