En aquel tiempo, antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a sacárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!".
Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
Comentario del Evangelio por: San Juan-María Vianney (1786-1859), presbítero, párroco de Ars. Sermón para el Jueves Santo.
«Los amó hasta el extremo»
¡Qué amor, qué caridad la de nuestro Señor Jesucristo al escoger la vigilia del
día en que habían de hacerle morir para instituir un sacramento por el cual iba a
quedarse entre nosotros, para ser nuestro Padre, nuestro Consolador y toda
nuestra felicidad!
Más felices somos nosotros que los que vivían en tiempo de su vida mortal en que él no estaba en un lugar fijo, en que era necesario desplazarse lejos para tener la dicha de verle; hoy le encontramos en todas los lugares del mundo, y esta dicha se me ha prometido ser realidad hasta que se acabe el mundo.
¡Oh amor inmenso de un Dios por sus criaturas!
No, nada puede hacerle parar cuando se trata de mostrarnos la grandeza de su
amor. En este momento, dichoso para nosotros, toda Jerusalén esta ardiendo, todo
el populacho hecho una furia, todos conspiran su perdición, todos quieren se
derrame su sangre adorable –y es precisamente en este momento- que él les
prepara, igual que a nosotros, la prueba más inefable de su amor.
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