En aquel tiempo Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Comentario del Evangelio por San Agustín (354-430), obispo de Hipona
(África del Norte), doctor de la Iglesia. Homilías sobre S. Juan, 33, 5-8
“Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.”
“Todos se retiraron, uno tras otro.” Se quedaron sólo los dos, la miserable y la Misericordia. Pero el Señor, después de haberlos rebatido con la justicia, no quería ver su derrota. Apartando su mirada de ellos “Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo.”
Jesús miró a esta mujer que se había quedado sola después de haberse marchado todos. Hemos escuchado la voz de la justicia, ¡escuchemos ahora también la de la bondad! (...) Esta mujer esperaba el castigo de aquel que era sin pecado. Pero él, que había rechazado con la justicia a sus enemigos, mirándola a ella con ojos de misericordia la interroga: “¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte? Ella responde: “Ninguno, Señor. Entonces Jesús añadió: Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.”
¿Qué decir, Señor? ¿Favoreces el pecado? No, en absoluto. Fíjate en lo que sigue: “puedes irte y no vuelvas a pecar.” El Señor condena el pecado no al pecador. (...) Que estén atentos lo que aman la bondad del Señor y teman su verdad. (...) El Señor es bueno, el Señor es lento a la cólera, el Señor es misericordioso, pero el Señor es justo y el Señor es la misma verdad (Sal 85,15) El te concede un tiempo para corregirte mientras que tú prefieres aprovecharte de esta demora en lugar de convertirte. Fuiste malo ayer, sé bueno hoy. ¡Has pasado el día haciendo el mal, mañana cambia de conducta!
Este es el sentido de las palabra que Jesús dirige a esta mujer: “Yo tampoco te condenaré, pero, libre del pasado, ten cuidado en el futuro. Yo tampoco te condenaré, he borrado tu culpa. ¡Observa lo que mando para recibir lo que prometo!”
"Religando nuestra humanidad hacia lo trascendente, desde la Pedagogía Católica"
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