En el discurso a los colaboradores, con motivo de las felicitaciones navideñas, Francisco invitó a un examen de consciencia para confesar los «pecados»: desde la vanagloria hasta sentirse indispensable; desde el «Alzheimer espiritual» hasta la acumulación de dinero y poder; desde los círculos cerrados hasta el «provecho mundano» o al «terrorismo de los chismes»
FUENTE: ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
"VATICAN INSIDER"
Quince «enfermedades», indicadas y explicadas una por una, detalladamente. Quince sombras de pecado, que en su segundo discurso a la Curia romana, en ocasión de las felicitaciones navideñas, Francisco indica y explica, invitando a todos a pedir perdón a Dios. Ese Dios que «nace en la pobreza de la gruta de Belén para enseñarnos la potencia de la humildad», acogido no por la gente «elegida», sino por la gente «pobre y simple». Es un «verdadero examen de consciencia» el que Papa Francisco pide a sus colaboradores, como preparación para la confesión antes de Navidad.
«Enfermedades y tentaciones», que no tocan solo a la Curia y que «son naturalmente un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial». Pero Francisco las identifica con actitudes presentes principalmente en el ambiente en el que vive desde hace 21 meses.
«Sería hermoso -dijo- pensar en la Curia romana como un pequeño modelo de la iglesia, es decir como un ‘cuerpo’ que trata seria y cotidianamente de estar más vivo, más sano, más armonioso y más unido en sí mismo y con Cristo». La Curia, como la Iglesia, no puede vivir, según Francisco, «sin tener una relación vital, personal, auténtica y firme con Cristo». Y un miembro de la Curia que no se alimenta cotidianamente con ese alimento se convertirá irremediablemente en un burócrata. «Nos ayudará el ‘catálogo’ de las enfermedades -siguiendo la vía de los Padres del desierto- del que hablamos hoy, para prepararnos a la confesión».
1.- La enfermedad de sentirse inmortal o indispensable
«Una Curia que no hace autocríticas, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo». El Papa recuerda que una visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de tantas personas que «!tal vez creíamos que eran inmortales, inmunes e indispensables!». Es la enfermedad de los que «se transforman en padrones y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva a menudo de la patología del poder, del ‘complejo de los Elegidos’, del narcisismo».
2.- La enfermedad de la excesiva laboriosidad
La de todos los que, como Marta en la narración evangélica, «se sumergen en el trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte mejor’: sentarse al pie de Jesús». El Papa recuerda que Jesús «llamó a sus discípulos a ‘descansar un poco’, porque descuidar el necesario reposo lleva al estrés y a la agitación».
3.- La enfermedad de la «fosilización» mental y espiritual
Es de los que «pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo los papeles, convirtiéndose en ‘máquinas de prácticas’ y no en hombres de Dios», sin la capacidad para «llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran».
4.- La enfermedad de la planificación excesiva
«Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente» y cree que si actúa de esta manera «las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose de esta manera en un contador. Preparar todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar o pilotear la libertad del Espíritu Santo… Siempre es más fácil y cómodo tenderse en las propias posturas estáticas e inmutables».
5.- La enfermedad de la mala coordinación
Es la de los miembros que «pierden la comunión entre ellos y el cuerpo pierde su armonioso funcionamiento», convirtiéndose en una «orquesta que produce ruido porque sus miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo».
6.- La enfermedad del «Alzheimer espiritual»
Es decir «una pérdida progresiva de las facultades espirituales» que «provoca serias discapacidades en las personas», haciendo que vivan en «un estado de absoluta dependencia» de sus concepciones, a menudo imaginarias. Se advierte en quienes «han perdido la memoria» de su encuentro con el Señor, en quienes dependen de las propias pasiones, caprichos y manías», en quienes construyen a su alrededor «muros y hábitos».
7.- La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria
Cuando la apariencia, los colores de la ropa o las medallas se convierten en el primer objetivo de la vida… Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir un falso ‘misticismo’ y un falso ‘quietismo’».
8.- La enfermedad de la esquizofrenia existencial
Es la de quienes viven «una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar». Sorprende a menudo a los que «abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad, con las personas concretas. Crean así un mundo paralelo, en el que ponen de parte todo lo que enseñan severamente a los demás» y llevan una vida «oculta» y a menudo «disoluta». La conversión es muy urgente para esta gravísima enfermedad, añadió.
9.- La enfermedad de los chismes
De esta enfermedad, indicó Francisco, «ya he hablado en muchas ocasiones, pero no lo suficiente». Esta enfermedad, «se adueña de la persona haciendo que se vuelva ‘sembradora de cizaña’ (como Satanás), y, en muchos casos casi ‘homicida a sangre fría’ de la fama de los propios colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas bellacas que, al no tener la valentía de hablar directamente, hablan a las espaldas de la gente… ¡Cuidémonos del terrorismo de los chismes!».
10.- La enfermedad de divinizar a los jefes
Es la de los que «cortejan a los superiores», víctimas del «carrerismo y del oportunismo», y que «viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo que deben dar». Son personas mezquinas, inspiradas solamente «por el propio egoísmo». Podría golpear también a los superiores «cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una verdadera complicidad».
11.- La enfermedad de la indiferencia hacia los demás
«Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos. Cuando, por celos o por astucia, se siente alegría viendo al otro caer en lugar de levantarlo o animarlo».
12.- La enfermedad de la cara de funeral
Es la de las personas «hurañas y ceñudas, que consideran que para ser serios es necesario llenar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia». En realidad, añade el Papa, «la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí. El apóstol debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmita felicidad…. Francisco invita a estar llenos de humor y a ser auto-irónicos: «Qué bien nos hace una buena dosis de un sano humorismo».
13.- La enfermedad de la acumulación
«Cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro». Y recuerda la anécdota de un joven jesuita que estaba preparando una mudanza, con muchas cosas, libros, regalos. Otro jesuita, más anciano, le preguntó con una sonrisa: «¿Es esta la caballería ligera de la Iglesia?». «Nuestras mudanzas indican esta enfermedad», indica Francisco.
14.- La enfermedad de los círculos cerrados
Cuando «la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. Esta enfermedad también nace siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un ‘cáncer’».
15.- La enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo
«Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que tratan infatigablemente de multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás». Una enfermedad que «¡hace mucho daño al cuerpo, porque lleva a las personas a justificar el uso de cualquier medio con tal de alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la justicia y de la transparencia!». «Un sacerdote -recuerda el Papa- que llamaba a los periodistas para decirles e inventar cosas privadas de los propios parroquianos y hermanos. Para él lo que contaba era sentirse importante, ¡pobrecito!».
Francisco concluyó recordando que había leído una vez que «los sacerdotes son como los aviones, solo hacen noticia cuando caen, pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos». Una frase «muy cierta, porque indica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal, y cuánto mal podría causar un solo sacerdote que ‘cae’ a todo el cuerpo de la Iglesia».
Los "remedios" de Francisco
para curar las «patologías curiales»
Análisis del discurso a la Curia romana:
para sanar las quince «enfermedades» el Papa no propone un nuevo proyecto desde lo alto, sino la vía de los instrumentos de la misericordia que la Iglesia ha indicado siempre.
A pocos días de la Navidad, en su tradicional discurso a los colaboradores de la Curia Romana, el Papa Francisco evitó los acostumbrados balances de fin de año y no habló sobre cuestiones programáticas ni pronunció las líneas para realinear el lenguaje o las iniciativas de los dicasterios vaticanos. Ante los encargados de los dicasterios de la Curia Papa Francisco quiso hablar sobre la vida de la Curia y sobre sus «enfermedades». Su intervención fue una especie de detallado «examen de consciencia» colectivo, propuesto a los cardenales, obispos y monseñores que colaboran con él en la ciudad del Vaticano.
El Obispo de Roma asumió su función de padre espiritual, salido de las filas de la escuela de San Ignacio. No dejó de llamar con nombre y apellido esas patologías que percibe en los ambientes que lo rodean. Lo hizo con lucidez y «competencia» sobre la materia, vanificando una vez más el estereotipo del «marciano latinoamericano» poco ducho con las complejidades romanas y europeas con el que sus detractores y aspirantes a neo-cortesanos tratan de anularlo o neutralizarlo. El Papa Francisco indicó cuál es la raíz de las enfermedades curiales, expuso una amplia gama de síntomas e indicó, sobre todo, cuáles podrían ser los remedios. Empezando por volver a descubrir la naturaleza propia de la Iglesia como «Cuerpo Místico» de Cristo, según la fórmula consagrada por Papa Pacelli en la encíclica “Mystici Corporis”.
Lo que hace surgir las patologías en el cuerpo eclesial, incluida la Curia, es principalmente el «complejo de los elegidos», que a menudo se adueña de esos círculos y ambientes eclesiales que se ocupan de hacer callar las palabras que Cristo dirigió a sus discípulos sobre la necesidad de la gracia: «Que nos quede claro a todos nosotros», dijo Papa Francisco al principio de su discurso, «que sin Él no podemos hacer nada». La Navidad, recordó a los curiales, es la ocasión propicia para volver a descubrir esta dinámica de gracia que narra el Evangelio, porque «también es la fiesta de la luz que no es acogida por la “gente elegida”, sino por “gente pobre y simple”, que esperaba la salvación del Señor».
La tentación de la autosuficiencia y de sentirse «dueños» y artífices de la presencia de la Iglesia en el mundo, reconoció el Pontífice, «son naturalmente un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial, y pueden afectar tanto a nivel individual como comunitario». Incluso en la Curia Romana y en los aparatos eclesiales vinculados con ella, esta presunción clerical genera patologías con síntomas claros según Papa Francisco, quien los detalló ampliamente sumergiéndose en las pliegues cotidianos de la vida en los Palacios vaticanos.
En algunos casos, no es difícil intuir nombres y rostros concretos que reflejarían las consideraciones del Papa Francisco. Como cuando, citando el caso de un anciano sacerdote que llamaba a los periodistas para ofrecer noticias reservadas sobre los propios hermanos, habló sobre los que «tratan insaciablemente de multiplicar los poderes y para este objetivo son capaces de calumniar, difamar y desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas», «exhibirse y demostrarse más capaces que los demás».
En su discurso, Francisco no habló sobre los síntomas de estas patologías relacionados con estaciones del pasado de la Curia Romana. No condenó las épocas de los “vatileaks” para compararlos con presuntas “nuevas eras” de la historia vaticana. El Obispo de Roma habló sobre el presente. No se amedrenta. No exlcuye que incluso en el presente la Curia romana pueda ser un sitio en el que, sirviendo al Papa, se puede correr el riesgo de perder la fe, entre malos humores rencorosos palaciegos y cortesanerías viejas y nuevas. Sobre todo, el Sucesor de Pedro no asumió el papel cómodo y triste del fustigador rigorista o del “meaculpista” autocomplaciente.
Más bien sugirió remedios y curaciones. No un programa, no un «nuevo proyecto» pontificio desde lo alto, sino la vía sugerida por el Evangelio y por los instrumentos de sanación y misericordia que la Iglesia siempre ha indicado.
1.- Empezando por el sacramento de la Confesión. «Nos hará bien», sugirió Papa Francisco a los obispos y cardenales, «acercarnos al Sacramento de la Confesión; incluso porque hace mucho daño enseñar a los demás la necesidad de este Sacramento y luego alejarse de él».
2.- Frente a la epidemia de los que «se transforman en dueños y se sienten superiores a todos», indicó que hay un único antídoto: «la gracia de sentirsnos pecadores y de decir con todo el corazón: “Somos siervos inútiles. Hemos hecho todo lo que debíamos hacer”».
3.- A los que están obsesionados con la programación y a los cultores de una Iglesia autosuficiente, que planifica desde sí misma su relevancia y su misión en el mundo, el Sucesor de Pedro recordó la «tentación de querer encerrar y pilotear la libertad del Espíritu Santo, que siempre es mucho más grande, más generosa, que cualquier planificación humana. La Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en la que no tenga la pretensión de regularlo y de domesticarlo… Él es frescura, fantasía, novedad».
5.- Para custodiar la auto-ironía y el sentido de los propios límites, el Papa Francisco sugiere recitar frecuentemente la oración de Santo Tomás:
«Señor, dame una buena digestión y también algo que digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla… Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los suspiros, las quejas, y no permitas que me líe excesivamente por esa cosa tan estorbosa que se llama “yo”».
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