¿CÓMO CREER SI...?
ROMANOS 10, 13-15.
13 Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
14 Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? 15 ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! (Romanos 10,13-15)
Habiendo asentado el Apóstol, explicando las palabras de Moisés, que la confesión de la boca y la fe del corazón operan la salud, presentando esto por vía de ejemplo en dos artículos de fe de los que se veía haber hecho mención Moisés, aquí prueba lo que dijera en general. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero muestra que por la fe y la confesión obtiene el hombre la salud; segundo, enseña el orden de la salud: Ahora bien ¿cómo invocarán, etc.; tercero, infiere cierta conclusión de lo dicho: Así es que la fe viene del oír, etc.
Acerca de lo primero hace también tres cosas. Primero enuncia lo que se propone, diciendo: con razón digo que si confiesas con la boca y crees en tu corazón, serás salvo; porgue con el corazón se cree por el hombre para justicia, esto es, para que la justicia se obtenga por la fe. Justificados, pues, por la fe (Rm 5,1). Y claramente dice: Con el corazón se cree, esto es, con la voluntad; porque las demás cosas que pertenecen al culto externo de Dios las puede hacer el hombre no queriendo, pero el creer no lo puede sino queriendo. Porque el entendimiento del que cree no se determina al asentimiento de la verdad por necesidad de la razón, como el entendimiento de lo científico, sino por la voluntad: y por eso el saber científicamente no tiene que ver con la justicia del hombre, justicia que está en la voluntad, sino el creer. Creyó Abraham a Dios y repútesele por justicia (Gen 15,6). Ahora bien, una vez justificado el hombre por la fe, es necesario que su fe obre por el amor para obtener la salud. Por lo cual agrega: Y con la boca se confiesa para salud, para conseguir la eterna. La salud que yo envío durará para siempre (Is 51,6,8). (Tomas Aq. - Romanos 48)
Pero es triple la necesaria confesión para la salud. Primero, ciertamente, la confesión de la propia iniquidad, según aquello del Salmo 31,5: Confesaré, dije yo, contra mí mismo, al Señor, la injusticia mía; la cual confesión es del penitente. La segunda confesión es aquella por la cual confiesa el hombre la bondad de Dios que misericordiosamente nos otorga sus beneficios -Alabad al Señor porque es bueno: Salmo 1 17,1-; y esta es la confesión de quien da gracias. La tercera es la confesión de la verdad divina -A todo aquel que me confiese delante dé los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre celestial: Mt 10,32-; y esta confesión es del que cree, de la cual nos habla ahora el Apóstol. Y es necesaria para la salvación según el momento y el lugar, cuando por ejemplo se averigua la fe de alguno, ya sea por un perseguidor de la fe, ya sea también cuando corre peligro la fe ajena: y en este caso principalmente los prelados deben predicar la fe a sus subditos. Y por eso mismo los bautizados son ungidos con crisma en la frente con la señal de la cruz, para que no se avergüencen de confesar al propio crucificado. Pues no me avergüenzo del Evangelio (Rm 1,16).
Mas así es también respecto de todos los actos de las virtudes, que conforme al tiempo y al lugar son necesarios para la salvación. Porque los preceptos afirmativos que acerca de estas cosas se dan obligan siempre, pero no continuamente.* Lo segundo -Pues la Escritura dice, etc.- lo prueba por autoridad, diciendo: Pues la Escritura dice, en Is 18: Todo el que cree en El, con fe formada, no será confundido, como carente de salud. Los que teméis al Señor, creed en El, pues no se malogrará vuestro galardón (Eccli 2,8). Y nuestro texto dice así: Quien creyere no se apresure, como está dicho arriba. Tercero: Puesto que no hay distinción, etc., prueba que esto débese entender de manera universal, puesto que Is lo dice indefinidamente. Y primero enuncia lo que se propone, diciendo: Por eso se ha dicho: Todo aquel que creyere, etc. Puesto que no hay distinción en cuanto a esto entre judío y griego.-Donde no hay griego ni judío, (Tomas Aq. - Romanos 48)
circuncisión ni incircuncisión, etc. (Colos 3,2).
Segundo, lo prueba por la razón que de doble modo se sustenta, de los que toca el primero diciendo: Por que uno mismo es el Señor de iodos.-¿Acaso Dios es sólo el Dios de los Judíos? ¿No lo es también de los Gentiles? (Rm 3,26). Dios es el rey de toda la tierra
(Ps 46,3). Y por lo mismo a El le corresponde proveer a la salud de todos. El segundo modo lo toca diciendo: Es rico para todos los que lo invocan. Porque si no fuese de tanta bondad que baste para la justificación de cada úncese podría pensar que no cuidaría de todos los creyentes; pero las riquezas de su bondad y de su misericordia son inagotables. ¿O desprecias las riquezas de su bondad? (Rm 2,4). Pero Dios, que es rico en misericordia etc. (Ef 2,4). Tercero, lo prueba igualmente por autoridad, que tenemos en Joel 2,32: Cualquiera que invocare el nombre del Señor será salvo. E invocarlo es llamarlo uno en sí mismo por amor y piadoso culto. Clamará a Mí, y le oiré benigno (Ps 90,15). (Tomas Aq. - Romanos 48)
En seguida, cuando dice: Ahora bien ¿cómo invocarán, etc., expone el orden por el que es uno llamado a la salvación, la cual es por la fe. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enseña que los factores que son posteriores en este orden no pueden ser sin los primeros; luego muestra que puestos los primeros, no es forzoso que se den los posteriores: Pero no todos obedecen al evangelio. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica el orden de los factores que se requieren para la salvación; luego, demuestra lo que asentara por. autoridad: según está escrito. Pone pues primero cinco factores por orden, empezando por la invocación a la cual, según la autoridad del Profeta, sigue la salvación. Así es que dice: ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? como si dijera: es indudable que la invocación no puede producir la salvación si no es con la fe precedente. Ahora bien, la invocación corresponde a la confesión de la boca que procede de la fe del corazón. Creí, y por eso hablé (Ps 115,1). También nosotros creernos, y por esto hablamos (2Co 4,13).
Segundo: de la fe asciende o procede a lo oído, diciendo: ¿Y cómo creerán en Aquel de quien nada han oído? Porque se dice que cree el hombre las cosas que por otros se le dicen y que él mismo no ve. Ya no creemos a causa de tus palabras: nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que El es verdaderamente el Salvador del mundo, etc. (Jn 4,42). Mas hay un doble oído: el uno, interior, por el que alguien oye a Dios revelante -Escucharé lo que diga en mí el Señor Dios: Salmo 84,9-; y el otro oído es con el que el hombre oye a otro hombre que le habla. Mientras Pedro pronunciaba aún estas palabras, descendió el Espíritu Santo sobre todos los que oían su discurso (Ac 10,44). Pues bien, el primer oído no pertenece comúnmente a todos, sino que pertenece propiamente a la gracia de profecía, que es una gracia gratis data para algunos separadamente, no para todos, según aquello de 1Co 12,4: Hay diversidad de dones. Pero como ahora se habla de lo que indistintamente puede pertenecer a todos, conforme a lo que arriba se di¡o: puesto que no hay distinción entre judío y griego, es claro. (Tomas Aq. - Romanos 48)
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