y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se
burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después,
resucitará".
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le
dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". El les
respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?". Ellos le dijeron: "Concédenos
sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".
Jesús les dijo: "No saben lo que piden.
¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo.
En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados". Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.
Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
Comentario del Evangelio por: San Alfonso Maria de Ligorio (1696-1787),
obispo y doctor de la Iglesia
«Dar su vida en rescate por todos»
"Un Dios que sirve, que barre la casa, que se entrega a trabajos duros - uno sólo
de estos pensamientos, ¡cómo debería ser suficiente para llenarnos de amor!
Cuando el Salvador se puso a predicar su Evangelio, se hizo «el servidor de todos»,
declarando él mismo que «no había venido a ser servido sino a servir». Es como si
hubiera dicho que quería ser el servidor de todos los hombres.
Y al final de su vida no se contentó, dice san Bernardo, «con haber tomado la condición de siervo para ponerse al servicio de los hombres; ha querido escoger el aspecto de siervo indigno para ser maltratado y sufrir la pena que teníamos merecida por nuestros pecados».
He aquí que el Señor, siervo obediente a todos, se somete a la sentencia de
Pilato, por injusta que fuera, y se entrega a los verdugos...
Así es, que Dios nos ha amado tanto que, por amor a nosotros, ha querido obedecer como un esclavo hasta la muerte y morir de una muerte dolorosa e infame: el suplicio de la cruz (Flp 2,8).
Ahora bien, en todos estos acontecimientos, obedecía no como Dios, sino como
hombre, de quien había asumido la condición de esclavo.
Tal santo se entregó como esclavo para rescatar a un pobre, y con ello, por este acto heroico de caridad, se atrajo la admiración del mundo. Pero, ¿qué es esta caridad comparada con la del Redentor?
Siendo Dios, queriendo rescatarnos de la esclavitud del diablo y de la muerte que nos era debida, él mismo se hace esclavo, se deja atar y clavar en la cruz. «Para que el siervo llegue a ser amo, dice san Agustín, Dios ha querido hacerse siervo».
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