En aquel tiempo se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
"Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo
Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados,
que esperaban la agitación del agua.
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le
preguntó: "¿Quieres curarte?".
El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el
agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes".
Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina".
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido
llevar tu camilla".
El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'".
Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y
camina?".
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que
estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a
pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía".
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado".
Comentario del Evangelio por: San Máximo de Turín (¿- c.420), obispo
Sermón de Cuaresma, CC Sermón 50, p. 202; PL 57, 585
“¿Quieres curarte? La Cuaresma conduce al bautismo."
En el Antiguo Testamento leemos que en tiempo de Noé todo el género humano
estaba perdido en el pecado, las cataratas del cielo se abrieron y durante cuarenta
días las aguas de la lluvia se precipitaron sobre la tierra. Simbólicamente, durante
cuarenta días la tierra fue empapada de agua. No se trata aquí tanto de un diluvio
como de un bautismo. Fue un bautismo que quitó la iniquidad de los pecadores y
liberó la justicia de Noé. Así, pues, el Señor, hoy como entonces, nos ha dado
también a nosotros en la Cuaresma un tiempo para que durante el mismo número
de días se abrieran los cielos para inundarnos de la misericordia divina. Una vez
lavados en las aguas salvíficas del bautismo, nos ilumina el sacramento. Como
entonces, las aguas se llevan la iniquidad de nuestras faltas y reafirman la justicia
de nuestras virtudes.
La situación de hoy es la misma que en los días de Noé. El bautismo es un diluvio
para el pecador y una consagración para los fieles. En el bautismo, el Señor salva la
justicia y destruye la injusticia. Lo vemos en un hombre concreto: Pablo. Antes de
ser purificado por los preceptos espirituales era un perseguidor de la Iglesia y un
blasfemo. Una vez bañado por la lluvia celestial del bautismo, el blasfemo murió,
murió el perseguidor, murió Saulo y llegó a la vida el apóstol, el justo, Pablo...
Cualquiera que vive religiosamente la Cuaresma y observa las prescripciones del
Señor experimenta dentro de sí la muerte al pecado y la vida a la gracia.
Sucediendo a sí mismo, de alguna manera, muere como pecador y vive como justo.
"Religando nuestra humanidad hacia lo trascendente, desde la Pedagogía Católica"
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