"Tú has recibido bienes y Lázaro, males; ahora él encuentra consuelo, y tú, tormento".
En aquel tiempo Jesús dijo a los fariseos:
"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A
su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que
ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros
iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces
exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que
moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas
llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que
has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males;
ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además,
entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que
quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede
pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero
Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque
resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
Comentario
del Evangelio por San Gregorio Nacianceno (330-390), obispo y doctor de
la Iglesia. Sermón 14 sobre el amor a los pobres, 38.40
“Delante de su puerta había un pobre acostado”.
“Dichosos los misericordiosos, dice el Señor, porque ellos
alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). No es, por cierto, la misericordia
una de las últimas bienaventuranzas. “Dichoso el que cuida del pobre y
desvalido”. Y de nuevo: “Dichoso el que se apiada y presta”. Y en otro
lugar: “El justo a diario se compadece y da prestado” (Sl 71,13; 111,5;
36,26). Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen
dichosos: seamos benignos.
Que ni siquiera la noche
interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: “Vuelve, que mañana
te ayudaré” (Sl 3,28). Que nada se interponga entre tu primera reacción
y tu generosidad... “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los
pobres sin techo” (Is 58,7) y no dejes de hacerlo con agrado y presteza.
“Quien reparte limosna, dice San Pablo, que lo haga con agrado” (Rm 12
8). Tu mérito será doble por la presteza en realizarlo. Porque lo que se
lleva a cabo con ánimo triste y forzado no merece gratitud ni tiene
nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no
tristes, sino con alegría... “Entonces saldrá tu luz como la aurora, te
abrirá camino la justicia” (Is 58,8). ¿Hay alguien que no desee la luz y
la justicia?...
Es por eso, servidores de Cristo, sus
hermanos y coherederos (Gal 4,7), visitemos a Cristo mientras nos sea
posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y
honremos a Cristo (Mt, 25,31s), no sólo invitándolo a la mesa, como
algunos lo han hecho, o cubriéndole de perfumes, como María Magdalena, o
cooperando a su sepultura, como Nicodemo... Ni con oro, incienso y
mirra, como los magos... El Señor del universo “quiere misericordia y no
sacrificios “ /Mt 9,13), nuestra compasión mucho más que “millares de
corderos cebados (Mi 6,7). Presentémosle nuestra misericordia mediante
la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos
vayamos de aquí nos “reciban en las mansiones eternas” (Lc 16,9) en el
mismo Cristo , nuestro Señor".
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