Evangelio según San Lucas 2,36-40.
"Volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea".
"Había también allí una profetisa llamada Ana,
hija de Fanuel, de la familia de Aser,
mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud,
había vivido siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda,
y tenía ochenta y cuatro años.
No se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios.
Y hablaba acerca del niño
a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor,
volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía,
lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él".
Comentario del Evangelio por: Papa Francisco
Encíclica “Lumen fidei”, §50-51 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
“Hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”.
“Dios prepara una ciudad para ellos” (cf. Hb 11,16): fe y bien común. Al presentar la historia de los patriarcas y de los justos del Antiguo Testamento, la Carta a los Hebreos pone de relieve un aspecto esencial de su fe. La fe no sólo se presenta como un camino, sino también como una edificación, como la preparación de un lugar en el que el hombre pueda convivir con los demás…
Si el hombre de fe se apoya en el Dios del Amén, en el Dios fiel (cf. Is 65,16), y así adquiere solidez, podemos añadir que la solidez de la fe se atribuye también a la ciudad que Dios está preparando para el hombre. La fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos.
No se trata sólo de una solidez interior, una convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable.
Precisamente por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. La fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida...
La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo.
Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres. La unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la alegría que la sola presencia del otro puede suscitar…
Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza".
"Religando nuestra humanidad hacia lo trascendente, desde la Pedagogía Católica"
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