El 18 de octubre la Iglesia celebra la fiesta de san Lucas, compañero de san Pablo y autor del tercer evangelio. Tradicionalmente se le atribuye una especial relación con la Virgen María, de quien se afirma pintó su primer retrato, conservado en la Basílica de San Pedro, en Roma. Por ello es considerado patrono de los Artistas, pero también de los médicos y los dentistas, que era su profesión.
Breves notas en las Cartas de San Pablo son las únicas noticias que la Sagrada Escritura nos presenta sobre San Lucas, el solícito investigador de la buena noticia y autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Por sus apuntes de viaje, es decir, por las páginas de los Hechos en los que San Lucas habla en primera persona, podemos reconstruir parte de su actividad misionera. Fue compañero y discípulo de los apóstoles. El historiador Eusebio subraya: “… tuvo relaciones con todos los apóstoles, y fue muy solícito”. De esta sensibilidad y disponibilidad suyas hacia el prójimo nos da testimonio el mismo San Pablo, unido a él por grande amistad.
En la carta a los Colosenses leemos: “Os saluda Lucas, médico amado…”.
La profesión médica nos trace suponer que él se dedicó mucho tiempo al estudio. Su formación cultural se nota también por el estilo de sus libros: su Evangelio está escrito en un griego sencillo, limpio y bello, rico en términos que los otros tres evangelistas no tienen. Hay que hacer otra consideración sobre su Evangelio, a más del hecho estilístico e historiográfico: Lucas es el evangelista que mejor que lo otros nos pintó la humana fisonomía del Redentor, su mansedumbre, sus atenciones para con los pobres y los marginados, las mujeres y lo pecadores arrepentidos. Es el biógrafo de la Virgen y de la infancia de Jesús. Es el evangelista de la Navidad. Los Hechos de los Apóstoles y el tercer Evangelio nos hacen ver el temperamento de San Lucas, hombre conciliador, discreto, dueño de sí mismo; suaviza o calla expresiones que hubieran podido herir a algún rector, con tal que esto no vaya en perjuicio de la verdad histórica.
Al revelarnos los íntimos secretos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, él nos hace entender que conoció personalmente a la Virgen. Algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma quien le transcribió el himno del “Magnificat”, que ella elevó a Dios en un momento de exultación en el encuentro con la prima Isabel. En efecto, Lucas nos advierte que hizo muchas investigaciones y buscó informaciones respecto de la vida de Jesús con los que fueron testigos oculares.
Un escrito del siglo II, el Prólogo antimarcionista del Evangelio de Lucas, sintetiza el perfil biográfico del modo siguiente: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”. Recientes estudios concuerdan con esta versión.
San Lucas evangelista, el médico amado
Nace de padres paganos en Antioquia y es el único escritor del Nuevo Testamento que no es israelita. Es de cultura griega y dirigió su mensaje a gentiles cristianos. Posiblemente escribió entre 70 y 80.
Lucas recibió la fe alrededor del año 40. Habrá conocido a Pablo en Antioquía. Año tras año en intimidad de discípulo con el gran predicador de los gentiles, Lucas iba asimilando poco a poco el evangelio de Pablo. Su evangelio ofrecerá, por lo mismo, tantos puntos de contacto literarios y doctrinales con los escritos del apóstol que podrá hablarse de “Pablo iluminador de Lucas” en frase de Tertuliano. Ya antes de la muerte de Pablo, pudo correr de mano en mano, primero entre los cristianos de Roma y más tarde entre los de Acaya, Egipto, Macedonia el evangelio de Lucas.
Pablo lo describe como “Lucas, el médico querido” (Col 4,14). Desde su prisión de Roma Pablo dice a su discípulo Timoteo: “Sólo Lucas queda conmigo”. En los Hechos de los apóstoles, Lucas se incluye en los viajes de San Pablo: “fuimos a... navegamos a...” Según la tradición murió mártir en Acaya, colgado de un árbol. Sus reliquias se encuentran en la Basílica de Santa Justina, Padua, Italia.
Aunque lo dedique a Teófilo, Lucas apunta con su evangelio a un objetivo mucho más amplio que la simple formación cristiana. Con miras de universalismo, herencia de Pablo, Lucas compone su evangelio de cara al mundo gentil, cuyo movimiento en masa hacia el cristianismo se veía amenazado por las exigencias legales y sueños judíos, las fábulas de los herejes, la frivolidad peligrosa del ambiente pagano.
Resalta el aspecto universal de la redención. La predicación a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (Lc. 24, 46-47).
En su evangelio demuestra una gran estimación por la mujer y Jesús siempre les demuestra gran aprecio y verdadera comprensión. Lo han llamado “el evangelio de los de abajo”, porque allí aparece Jesús prefiriendo siempre a los pequeños, a los enfermos, a los pobres y a los pecadores arrepentidos.
También se ha llamado: “el evangelio de la oración”, porque presenta a Jesús orando en todos los grandes momentos de su vida e insistiendo continuamente en la necesidad de orar siempre y de no cansarse de orar. Otro nombre que le han dado a su escrito es el “evangelio de los pecadores”, porque presenta siempre a Jesús infinitamente comprensivo con los que han sido víctimas de las humanas pasiones. Es llamado el “evangelista de la misericordia”, por ser el único que nos trae las parábolas del hijo pródigo, de la moneda perdida, del buen samaritano, etc. Contiene un anuncio de la vida de Jesús que podemos considerar el más completo de todos y hecho a medida para los cristianos de origen no judío. No minimiza nunca la Cruz —nos deja la descripción más detallada de la agonía de Jesús— pero en él predomina el gozo: desde el nacimiento de Juan, con el cual “muchos se alegrarán”, al envío de los discípulos, que tras la Ascensión “volvieron a Jerusalén con gran alegría”.
Es muy probable que escuchara también a la Madre de Jesús, especialmente sobre la infancia del Señor; por ejemplo, es el único que cuenta la Anunciación. Precisamente por sus noticias sobre el Niño y su Madre, es el evangelista que más habla de la Virgen. En los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de su evangelio, como historiador de la Iglesia naciente describe con entusiasmo la vida de la primitiva comunidad de Jerusalén, y presenta a Pablo como el prototipo del misionero; relata la misión de los Apóstoles como un prolongado viaje que empieza en Jerusalén y termina en Roma, capital del mundo conocido. Encontramos un resumen del libro en Hch 1,8. En su estilo de griego y de literato, el mensaje de salvación canta un auténtico himno de acción de gracias, de alegría y de optimismo. Es el libro del testimonio, aparecido por el año 80. Cuatro temas se destacan en él: kerygma o primer anuncio evangélico, la catequesis o esclarecimiento sistemático de la fe, la formación de las primeras comunidades, y la misión encarnada principalmente en la figura de san Pablo.
Fuente: Comunidad Cristiana • n.º 2395, pp. 14 y 15
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