“¡No tendremos piedad!”. Tal fue la amenaza del presidente Francois Hollande al enterarse de la atroz masacre de París. El horror se enseñorea. Por: Perú 21, Beto Ortiz.
Te mato porque tú eres el malo y yo soy el bueno.
Te mato porque mi vida vale más que la tuya.
Te mato porque no crees en mi dios.
Te mato porque debo proteger a mis hijitos.
Te mato porque eres católico, porque eres judío, porque eres mahometano.
Te mato porque no lo eres.
Te mato porque no eres como yo.
Te mato porque eres castaño oscuro o verde claro.
Te mato porque no crees en la única verdad, aquella en la que yo creo.
Te mato porque vives en el pecado.
Te mato porque no entiendo tu idioma.
Te mato porque tú no entiendes nada.
Te mato porque tú no eres de aquí.
Te quemo vivo porque eres jordano. Porque eres extranjero, te degüello.
Te mato porque eres mujer.
Te mato porque eres mi mujer.
Te mato porque tienes plata y nosotros no tenemos nada.
Te mato porque eres pobre y tu muerte no saldrá en los diarios.
Te mato porque hasta aquí nunca va a llegar la fiscalía.
Te mato porque te robas mi celular, mis alhajas, mis ahorros, mis gallinas.
Te mato porque la policía no hace su trabajo.
Te mato porque no eres de aquí y me arruinas el paisaje, porque vienes a ensuciar con tu miseria el reino que tanto sacrificio nos costó construir.
Te mato porque el gobierno no hace su trabajo.
Te mato porque, cuando yo sea presidente, implantaré la pena de muerte –he ahí mi principal promesa de campaña–, decretaré tu pena de muerte.
Te mato porque la gente como tú nunca va a cambiar.
Te mato porque tú no tienes arreglo.
Te mato porque las cosas no son como deberían ser.
Te mato para que te sirva de escarmiento.
Te mato porque eso es lo que el libro sagrado me ordena.
Te mato porque tú mataste primero. Por eso te mato.
Te mato porque las cosas no salen como yo quiero.
Esa es la triste lógica de la especie humana. Todas estas fotos horrendas son noticias de palpitante actualidad. Estampitas de esta época espeluznante en la que todo nos da lo mismo. Nada nos conmueve, nada nos importa, nada nos impresiona. Son postales de un único odio universal, de un agujero negro en el alma de todos. Soy periodista y mis ojos han visto suficientes muertos. Muertos decapitados, quemados, despedazados, podridos. Y, sin embargo, todavía soy perfectamente capaz de llorar ante cualquiera de estas fotos. Nunca voy a estar a favor de matar. A nadie.
Nunca voy a estar del lado del que tiene las armas.
Nunca voy a estar a favor de dejar que alguien se muera. No me importa lo que haya hecho o dejado de hacer.
Nunca voy a estar a favor de dejar paralítico ni cuadripléjico a nadie.
Nunca voy a estar a favor de torturar, azotar, masacrar, castrar, mutilar, linchar a nadie, por absolutamente ninguna razón. Critíquenme. Insúltenme. Aborrézcanme todo lo que quieran por eso. Apedréenme.
Nunca voy a estar del lado del odio, que es la peor de las innumerables formas de la estupidez humana.
Ustedes que tanto se jactan de que creen en un dios, ustedes que rezan y rezan y se llenan la boca diciendo que su barbado diosito está en todas partes y que él y solo él es amor, mírense en estas fotografías y repitan conmigo:
Soy uno de los jóvenes horriblemente acribillados el viernes, cazados a escopetazos, “como si fueran pájaros”, los muchachos que –entre gritos de “¡Alá es grande!”– caían uno tras otro como piezas de dominó en el concierto del Bataclan del bulevar Voltaire, de París.
Soy el universitario de Los Olivos que estudiaba dos carreras y que murió a los 19 años de un balazo en la cabeza por tratar de impedir que le roben el auto a su papá.
Soy el estudiante venezolano, asesinado en la flor de la juventud, por las sanguinarias bandas paramilitares de la dictadura.
Soy el dirigente ashaninka asesinado por las mafias madereras. Soy el awajún, el wampís arrasado en Bagua, en su propia selva. Soy todos los muertos por conflictos sociales en este gobierno y en todos los anteriores y en los que vendrán.
Soy un policía asesinado por etnocaceristas en el Andahuaylazo, un policía asesinado por los nativos en la Estación 6, un policía asesinado por Sendero en el VRAEM.
Soy el niño sirio que yace muerto en la orilla de una playa de Turquía hacia donde sus padres trataban de llegar para salvarlo del odio.
Soy el ladrón amarrado y desnudo con el que todo un pueblo enloquecido se ensaña creyendo aplicar “la justicia popular”.
Soy el pequeño palestino al que un soldado israelí estrangula mientras blande su metralleta.
Soy el piloto jordano quemado vivo dentro de una jaula.
Soy el periodista decapitado por el Estado Islámico solamente por ser periodista, por ser americano, por no ser musulmán. (Solamente para que conste en el video y ese video se viralice en las redes sociales).
Soy el joven fotógrafo asesinado por sicarios en la puerta de su casa. Soy el joven fotógrafo aplastado contra el asfalto por una combi asesina de Orión.
Soy el anciano arrimado en una silla de ruedas, muerto sin que nadie se percate siquiera, olvidado en algún rincón de algún asilo cualquiera.
Soy el ciudadano iraquí lanzado al vacío porque quizás era homosexual.
Soy el alegre chico barrista lanzado al vacío desde el palco del Monumental.
Soy la mujer iraní enterrada hasta el cuello y luego muerta a pedradas, por haberle sido infiel a su marido.
Soy la mujer rapada a coco y desnuda, azotada por ronderos cajamarquinos o puneños que la acusan de adulterio.
Soy el preso olvidado que agoniza, al lado de un militar corrupto, en el tópico de una cárcel cualquiera.
Soy el cadáver solitario, olvidado en la morgue, el hombre de cuya vida nunca supo nadie, el muerto de cuya muerte nadie se entera
Todo esto está pasando en el mundo. Ahora mismo.
En este preciso instante en que tú te dispones a sentarte plácidamente a la mesa para almorzar en este domingo soleado con tu familia perfecta.
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